La suave brisa de Su presencia

La primera lectura de hoy nos relata un pasaje de la vida del profeta Elías, un hombre de mucha fe y convicción que supo defender con su propia vida el culto al único Dios. A lo largo del primer libro de los Reyes podemos ver la evolución de este hombre y cómo fue el llamado que recibió por parte de Dios. Es sobre todo conocida su misión contra los ídolos que adoraba el pueblo de Israel a través de Baal, y la Palabra nos cuenta que Elías termina con todos los sacerdotes de aquel ídolo. Fue así, que el profeta se sentía contento y estaba seguro de que el Señor estaba con Él.

Sin embargo, esa felicidad se desvaneció de repente cuando Jezabel, esposa del rey, amenazó a Elías con matarlo. Fue tanta la desesperación del profeta que huyó al desierto con una enorme sensación de tristeza y angustia. Allí decidió esperar su “inevitable” muerte a pesar de que, poco antes, había experimentado una gran victoria. Incluso él mismo le pide al Señor que le quite la vida. Pero es en este momento cuando podemos ver el amor que Dios le tenía a Elías, ya que, por medio de un ángel, lo llama a comer y a reponerse. A pesar de que el profeta se volvía a recostar, el Señor no dejaba de animarlo y de pedirle que siguiera adelante y no se rindiera, porque “aún le quedaba un camino muy largo”. Fue sólo con el alimento del Señor que Elías recuperó fuerzas para seguir adelante. Entonces llega el momento cumbre, de la lectura de hoy, en el monte Horeb.

Es ahí cuando el Señor se dirige a Elías y le dice:

“’Sal y quédate de pie ante mí en la montaña. ¡El Señor va a pasar!’ Pasó primero un viento fuerte e impetuoso, que hacía temblar las montañas y quebraba las peñas, pero el Señor no estaba en el viento. Al viento siguió un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto. Al terremoto siguió un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Al fuego siguió una suave brisa. Elías, al oírla, se cubrió el rostro con su manto y, saliendo afuera, se quedó de pie a la entrada de la gruta”. (1 Re 19,9-13)

Elías en ese momento pudo haberse sentido indeciso, pero era un hombre obediente, por lo que hizo lo que Dios le pidió. Él no sabía lo que iba a pasar y sin embargo ahí estaba, esperando y confiando siempre en su Señor. La huida de Elías fue un peregrinar hacia el encuentro con Dios.

Este profeta supo reconocer en la suave brisa la presencia de Dios, aún sin presentarse de forma extraordinaria; el Señor vio su buen discernimiento y le siguió encomendando una misión. Aquí es importante ver que Dios no sólo prepara y permite las victorias, sino también las aparentes derrotas, las pruebas, los momentos de dificultad, persecución, tristeza y angustia, porque es todo eso lo que nos ayuda a forjar nuestra fe. El Señor nos pide ser perseverantes aún cuando el panorama es incierto.

El camino de la fe no se trata de encontrar al Señor de repente y verlo manifestarse de modo glorioso siempre que lo invocamos. No es el encuentro instantáneo, sino todo el recorrido, y todo lo que implica, lo que nos ayuda a ver al Padre de forma más clara, aún en la suave brisa que no podemos ver, pero sí podemos sentir. Así pues, este camino se recorre con purificación y prueba de por medio, que nos ayuda a realizar plenamente la misión que Dios nos ha encomendado.

Es importante reconocer que Elías tuvo miedo, lo cual no fue malo porque también era un humano, pero el punto es que no se dejó llevar para siempre por ese miedo porque sabía que el Señor estaba con Él y que le pedía que continuara su misión. Elías sabía que era una pieza importante en el plan de Dios. Y como él, también tú eres una parte importante en la construcción del Reino, porque todos hemos sido llamados a ser discípulos y profetas.

Es muy probable que alguna vez te hayas sentido como el profeta Elías, sintiéndote llamado, preparado y pronto al servicio, pero habiendo llegado el momento de la prueba, también pudiste haberte retirado a esperar tu suerte. Si es así, el profeta te da el recordatorio de que aún no termina tu camino, de que es necesario que pases por el fuego para que sepas reconocer la presencia de Dios en donde no hubieras pensado. Puedes sentir miedo, pero también la seguridad de que también a ti el Señor te invita a levantarte y a seguir caminando y, de un modo conmovedor y paternal, te dice: “Levántate y come, pues te queda todavía un camino muy largo”.

El camino de Elías bien podría describir el nuestro, pasando por la obediencia, la preparación, el servicio, la victoria y transitar de repente a la tristeza, al miedo y a la angustia. Pero el camino no termina aquí, porque todavía falta el levantarse, volver a obedecer y a servir, para entonces tener ese encuentro con Dios en las brisas cotidianas de la vida.

Hay que aclarar que Dios sí puede manifestarse como un viento fuerte, como un terremoto o como un fuego, pero también en lo “pequeño”, en lo que a veces pasa por imperceptible, ya que se sirve de muchos medios para darnos a conocer su presencia. La fe y la espiritualidad se forjan en el silencio más que en el ruido y el estruendo, porque es en el silencio en donde toda calla para poder escuchar y sentir a Dios, mientras que en el ruido sería más complicado. Es también necesario subrayar que Dios infunde paz, si no la sientes, es probable que ahí no esté el Señor y que, como Elías, tengas que esperar la brisa de Su presencia.

En la Palabra se nos presentan muchos pasajes en los cuales los personajes se retiran para orar en silencio; el mejor ejemplo lo encontramos en Jesús que, aun siendo Dios Hijo, también tiene la necesidad de estar apartado del rumor para hablar con su Padre. Con mayor razón cada uno de nosotros necesitamos esos momentos de tranquilidad para encontrarnos con Él a solas.

Muchas veces buscamos el encuentro con Dios en lo más palpable porque, como humanos, necesitamos la seguridad de las cosas terrenales, pero sería bueno que ahora pensaras: ¿cuál es esa brisa suave en donde puedes encontrarte con Dios? ¿qué cosas representan a Jezabel en tu vida que te hacen temer tanto y desear no vivir más? Nunca es tarde para peregrinar hacia el monte Horeb y esperar pacientemente aquella brisa que nos confirma la presencia de Dios en nuestras vidas y que nos recuerda nuestra misión.

Tú también estás llamado a ser un Elías, porque todo cristiano debe ser un profeta que hable en nombre de Dios, que anuncie su existencia y que denuncie las infidelidades e idolatrías, que últimamente tienen muchos nombres. Ten siempre la certeza de que el Señor te llama para una misión especial, pero recuerda que sólo pasando por las pruebas podemos llegar al Horeb: “es necesario pasar por el desierto para llegar a la Tierra Prometida”.

Que, como al profeta Elías, el Señor te conceda el discernimiento de saber reconocerlo en la suave brisa de lo cotidiano.

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