Camino de Navidad, camino de esperanza
En la Solemnidad de la Epifanía del Señor recordamos que tres Magos
de Oriente llegaron hasta Belén para ver al Niño Jesús y presentarle sus
regalos. A veces celebramos este día de un modo rutinario, pues nos enfocamos
en los regalos y en la Rosca de Reyes, sin embargo, esta narración bíblica es
una historia muy bella y significativa, de la cual podemos hacer una reflexión
profunda.
Hace unas semanas empecé a
leer un libro que lleva por título La stella, il cammino, il bambino. Il
Natale del viandante (La estrella, el camino, el niño. La Navidad del viajero),
escrito por el sacerdote italiano Luigi Maria Epicoco. Después de haber leído
este gran texto en el cual me basé para escribir esta nueva entrada, les
comparto algunos puntos importantes de tres elementos en particular que nos
acercan al “misterio” de la Navidad y que nos pueden ayudar a identificarnos
con los Reyes Magos: la estrella, el viaje y el Niño.
El Evangelio de San Mateo nos
dice que los Magos siguieron la Estrella de Oriente hasta llegar al lugar donde
se encontraba el Niño. A veces, cuando nos sentimos desorientados y no sabemos
qué hacer ante una situación en particular, alzamos la mirada, como buscando una
respuesta, y es que desde arriba las cosas se ven mejor. Cuando no encontramos
una respuesta en las cosas terrenales, las “estrellas” nos pueden orientar; y
esas estrellas, muchas veces, son nuestra propia interioridad. En ocasiones,
tratamos de huir de nuestros pensamientos más profundos por temor y nos
llenamos de ruidos externos, cuando precisamente se necesita hacer silencio y
hacer las paces con nuestros propios pensamientos.
Así como el cielo nocturno, muchos
de nuestros pensamientos están llenos de oscuridad, pero, si ponemos atención,
siempre habrá una estrella en el cielo y una luz en aquello que pensamos. Con
perseverancia y voluntad, esa luz poco a poco nos lleva a la oración, que es el
medio que nos ayuda a llegar al pesebre, a la presencia de Dios. San Juan de la
Cruz escribió en más de una ocasión sobre el silencio de oración, que no es un
silencio aterrador ni sordo, sino una “soledad sonora”, porque el Señor siempre
tiene algo para decirnos, aún cuando parece no decir nada. El Señor nos ha
regalado un cielo estrellado incluso en nuestras noches oscuras. La oración a
veces puede ser incierta, pero la clave es confiar en que siempre nos lleva a
algún lado.
Una vez que encontramos la
estrella, el siguiente paso es ponernos en camino. Muchas veces pensamos que el
objetivo de un viaje es la meta y nos olvidamos de lo que vivimos durante el
recorrido, de lo que hay en medio del punto de partida y de la meta. Un viaje
nos debe cambiar en algún modo y, para ello, es necesario darle sentido a cada
experiencia y no solamente vivirlas por inercia. A veces, por concentrarnos
sólo en los resultados, perdemos de vista lo que tenemos enfrente, los lugares
por los que pasamos y las personas con las que convivimos. Citando al P. Luigi
Maria Epicoco, “concentrarse demasiado en la meta puede hacer que vivas en modo
alienado”. Darle sentido al recorrido nos ayuda a no vivir perdidos y a
recordar que hay una estrella a la cuál seguir descubriendo. Seguramente que a
los Reyes Magos los cambió por completo aquel bendecido viaje, desde que se
pusieron en camino hasta llegar al esperado encuentro.
Cabe aclarar que, para llegar
a cualquier meta, es absolutamente necesario ponernos en camino, de otro modo
no es posible llegar a ningún lado, o al menos no del modo que esperamos. Es
común que las personas duden un poco (o mucho) para ponerse en marcha porque un
viaje implica romper con el “equilibrio” que nos hace sentirnos seguros y que
nos mantiene en nuestra zona de confort. Es mucho más cómodo permanecer donde
estamos que arriesgarnos a un camino que puede estar lleno de obstáculos. Sin
embargo, permanecer en nuestro supuesto equilibrio es aún más peligroso que el propio
recorrido, ya que nos podemos crear una especie de prisión voluntaria que, muy
probablemente, puede impedir que llevemos a cabo nuestra vocación y nuestro
propósito al cual el Señor nos ha llamado. Levantar un pie para caminar nos
puede desequilibrar, pero pensemos que, al dar el paso, nos equilibramos
nuevamente.
Es interesante pensar en las
cosas que pasaban por la mente de los Sabios de Oriente al haber decidido salir
de sus tierras y emprender el viaje. Aun sin entender completamente, los Magos
tuvieron fe, quisieron salir a buscar la luz de Dios y, cuando lo encontraron,
le ofrecieron regalos y lo adoraron. Qué diferente sería nuestra vida si
tomáramos esa decisión todos los días.
Después de seguir la estrella
y emprender el viaje, al fin llegamos a la presencia del Niño, que, además de
entenderlo como llegar a la presencia de Dios, es encontrar el motivo por el
cual vivimos. El niño al que me refiero no sólo es un hijo de sangre, es una
vida que nos ha sido confiada, es la vida que nos espera y que espera a que nos
decidamos a vivir y cuidar.
Un niño siempre conserva una
espontánea alegría y vive confiado en los que lo aman. Cuando una persona
pierde la sensación de protección, de cuidado y de amor, por parte de sus seres
queridos, entonces esa persona deja de esperar algo de la vida. Por eso es
importante despertar al niño que llevamos dentro, aquella vida que nos espera,
porque un niño espera con confianza lo que pueda venir, lo espera todo. La
Navidad es una bella oportunidad para dejar que Dios hecho Niño le dé a nuestra
vida esperanza, para que siempre esperemos algo de la vida y así tenga sentido.
Y así, después de reconocer la
estrella, de seguir el camino y de encontrar al Niño, es momento de ofrecerle también
a Jesús nuestros presentes. Como lo menciona el P. Epicoco en su libro, los
regalos de los Reyes Magos fueron un reconocimiento a la divinidad de Jesús, no
fueron presentes que añadieron algo al Niño Dios, sino presentes que revelaron
y reconocieron. Aquellos regalos, oro, incienso y mirra no fueron más que un
modo de reconocer a Quién tenían enfrente. Por lo tanto, nuestros regalos a
Jesús también tendrían que ser presentes que reconozcan que tenemos a Jesús por
Rey y Señor de nuestra vida.
En esta celebración, llena de
ilusión y de alegría, la invitación es seguir el ejemplo de los Magos de
Oriente para también poder encontrar a Jesús siempre que decidamos ponernos en
camino. La Navidad es un camino de esperanza, no una esperanza ilusoria o
utópica, sino una esperanza que le da sentido a nuestro existir.
Para terminar, te dejo un enlace donde puedes leer el las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerick sobre la visita de los Magos a Jesús. Este hermoso relato te puede ayudar a meditar este pasaje para tu oración personal:
https://infovaticana.com/2019/01/05/el-viaje-de-los-reyes-magos-segun-el-relato-de-ana-catalina-emmerick/
https://gloria.tv/post/je6wMKfaZq793w4GJWKEqMDRB
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