San José, modelo de virtud para toda vocación

 


Hoy nos unimos como Iglesia para celebrar con alegría a San José, el padre putativo de Jesús, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal. Tristemente, aun dentro de la misma Iglesia, muchos católicos no conocen a San José y no se han puesto a pensar en la importancia que tuvo en el plan salvífico de Dios. Es más, es poco probable que en las homilías se nos hable de él. Considero que todo católico debería ser devoto de San José, puesto que, después de la Virgen María, es el santo más importante de la Iglesia. Muchas veces se suele pensar en San José únicamente como un hombre de edad avanzada (que más bien era muy joven) que cuidó a Jesús y a María. Sin embargo, el padre terrenal de Jesús no es solamente un personaje de Navidad que vemos cada año en las pastorelas.

¿Alguna vez te has preguntado qué virtudes podemos aprender de San José? ¿Es sólo un ejemplo para los hombres o también para las mujeres? ¿Cuál es su relevancia en tu vida y cómo te puede ayudar a llegar a Jesús? Realmente un solo artículo no alcanzaría para enumerar todo lo que podemos aprender de San José, pero presento aquí algunas de sus virtudes que todos podemos y debemos imitar sea cual sea nuestra vocación.

En primer lugar, hay que decir que este santo tuvo que ser un hombre de gran virtud como para que Dios le confiara a Su propio Hijo. El Señor bien pudo haber prescindido de San José, sin embargo, quiso hacerlo partícipe de Su plan, ya que a Dios le pareció la idea de lo natural, una familia para Su Unigénito. ¿Y qué pudo haber sido lo más importante en la vida de José sino fungir como padre de Jesús y como esposo de María? San José fue un hombre valiente por haber aceptado el plan de Dios, aun sin entender del todo lo que aquello quería decir; de él podemos imitar su «fiat». Aquí valdría la pena aclarar que, cuando se casó con la Virgen, San José debió haber tenido alrededor de 20 o 30 años, no pudo haber sido un hombre anciano y débil, tenía que ser un hombre joven y fuerte para poder cuidar a Jesús y a María y trabajar para ellos.  

La exhortación apostólica de San Juan Pablo II, «Redemptoris Custos», nos recuerda que San José fue el custodio del Redentor, porque a él le fueron confiados los dos tesoros más grandes que ha tenido el mundo: el Hijo de Dios y la Madre de Dios; y añadiríamos, además, Su Iglesia. En toda la historia, a nadie más se le ha dado esa responsabilidad y misión tan grande. No podemos dudar que San José fue el hombre de confianza de Dios, y qué virtud tan grande debió tener para serlo.

Así, el padre de Jesús nos enseña y alienta a ser hombres y mujeres de confianza a los ojos de Dios porque Él pone Su confianza en nosotros. A pesar de las penas que le ocasionaba a José el no poderle dar a Jesús las comodidades que hubiera querido, más allá de las que su pobreza le permitía, supo sostener la fe de la Virgen y, con su amor y cuidados, cubrió cualquier necesidad que ninguna opulencia puede superar jamás. A imitación suya, también nosotros estamos llamados a sostener la fe de los que nos rodean: de nuestros padres, hermanos, hijos, esposo, esposa, novio, novia, amigos, y de todos nuestros seres amados.

Sin importar si la vocación de un católico es la religiosa, el matrimonio o la soltería consagrada, San José nos pone el ejemplo de cómo hacer de nuestro trabajo una expresión de amor y un ofrecimiento constante a Dios. No podría pensar de otro modo a San José sino en su taller de carpintería haciendo de su trabajo una ofrenda. También vale la pena mencionar que José, además de cuidar y procurar a Jesús, le enseñó su oficio, no fue necesario que le enseñara a ser un orador o a mezclarse entre la gente importante, por el contrario, sólo bastó lo más básico y «simple», lo del día a día. Por lo tanto, San José también nos enseña a santificar lo cotidiano en la humildad y en el silencio, a la vez que lo proclamamos con nuestro propio testimonio.  

El trabajo, sea cual sea, no sólo es un medio para ganar dinero ni un proyecto personal, más bien, es una vocación y, como tal, debemos llevarlo a cabo como un servicio a los demás. A San José podemos pedirle que nos enseñe a trabajar con amor y entrega como él lo hizo, puesto que, entre muchas otras cosas, es patrono de los trabajadores.

Finalmente podemos reflexionar en la vida interior de San José, ya que tuvo la particularidad de ser un hombre de silencio: en la Biblia no hay un solo versículo que mencione alguna palabra dicha por San José, lo que nos dice que el silencio es importante en la vida interior. A pesar de ello, el padre de Jesús nos dice, con su vida, más de lo que cualquiera de nosotros pudiera decir. A veces, entre tanto trabajo, estudio y demás actividades, le dejamos poco o nada de espacio a nuestra vida espiritual. Estamos tan agitados que no dejamos que el Señor actúe en nosotros porque no tenemos momentos de tranquilidad. ¿Cómo podríamos darle importancia a lo exterior si no cuidamos primero la vida interior?

El silencio de San José es un silencio que habla, es de paz, pero no de pasividad; él nos enseña a ser hombres y mujeres de oración y de contemplación. Como escribió alguna vez San Juan de la Cruz: «La mayor necesidad que tenemos es del callar a este gran Dios con el espíritu y con la lengua cuyo lenguaje que él oye solo es el callado amor». San José supo callar para aprender a escuchar lo que Dios le quería decir. Frente a este mundo que hace tanto ruido y al que le cuesta estar en paz y en silencio, el prudentísimo José nos da el mejor ejemplo del valor de la oración y del silencio en nuestra vida interior.

Para concluir, es necesario decir que San José es modelo de virtud por su castidad, pureza, fidelidad, valentía, prudencia, obediencia, entrega, y tantas otras cualidades que lo hacen ser, con justa razón, el santo más importante de la Iglesia después de la Virgen María. ¿Alguna vez has considerado que el modo de ser de Jesús era, en gran parte, reflejo de José? Si él supo guiar y educar a Jesús, también lo puede hacer con nosotros si se lo pedimos. San José no era un dios, era un hombre como todos, aunque fiel y obediente como ninguno. Y siendo él tan humilde y santo, su virtud es aún más grande y evidente, no por nada este santo es llamado “terror de los demonios”. Como puedes ver, San José es modelo de vida para todo católico, valdría la pena considerarlo como uno de nuestros grandes intercesores y pedirle que nos ayude a ser cristianos santos, desde la humildad y el silencio, a ejemplo suyo.

 

Aquel a quien muchos profetas desearon ver y no vieron, desearon oír y no oyeron, le fue dado a José, no sólo verlo y oírlo, sino llevarlo en sus brazos, guiarle los pasos y apretarlo contra su pecho, cubrirlo de besos, alimentarlo y velar por él. Imagina qué clase de hombre fue José y cuánto valía. Imagínalo de acuerdo con el título con que Dios quiso honrarlo, que fuese llamado y tomado por padre de Dios, título que en verdad dependía del plan redentor.

-San Bernardo

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