¿Espectadores o partícipes?
Llegamos
al día del camino de la Cruz, de la crucifixión y muerte de Jesús. Después de
haber acompañado a Jesús en el huerto, ahora lo acompañamos en su camino, que
es en realidad nuestro propio camino de salvación. Poco nos ponemos a pensar
que el dolor físico de Jesús no era el único que sentía, pues su dolor más
grande fue la flagelación de nuestros pecados, la corona de espinas de nuestros
malos pensamientos y el peso de la Cruz de nuestra indiferencia.
Este
día es para dedicarlo especialmente a la oración, al silencio y a la
contemplación, pero también a la transformación. Es un día para voltear a ver
al Crucificado y encontrarnos con aquella mirada que todo lo puede transformar.
Y es que cuando tenemos un encuentro con Jesús, no podemos ser los mismos de
antes.
Ciertamente
a muchas personas les molestaba que Jesús se viera rodeado de tantas personas y
tantos seguidores, y pensaban: “¿Cómo es posible que siguieran a un simple
carpintero?” ¿Qué es lo que tenía de diferente Jesús y por qué sus palabras
tenían tanta autoridad? Por su poder de transformar. Cada persona que se
cruzaba en el camino de Jesús no volvía a ser la misma después de aquellos
encuentros.
En
la Biblia podemos encontrar varios ejemplos de enfermos, pecadores, personas no
queridas por la sociedad, a las que Jesús les regresa la dignidad y la
oportunidad de cambiar, de transformar el dolor, el vacío, la muerte y la
enfermedad en algo valioso. Jesús les enseña el valor que tienen ante los ojos
de Su Padre. Sé con certeza que la mirada de Jesús era —y es— capaz de ablandar
lo que es más duro que la piedra, es decir, el corazón humano.
También
a nosotros Cristo nos llama a cambiar, a deshacernos de lo que nos hace daño y
de lo que nos mantiene alejados de Él, porque tiene el poder de convertir
nuestro dolor, lo que es desagradable, y la contradicción, en salud, en fe, en
esperanza y en vida. Porque sólo en Cristo es que podemos darle un sentido al
dolor, así como Él lo hizo con el dolor de su Pasión.
El
llamado “buen ladrón”, Dimas, nos da un claro ejemplo de transformación, ya que
aún en el último momento reconoció a Jesús y se ganó su perdón y salvación. Los
errores de Dimas no fueron un impedimento, porque Jesús vio la sinceridad de su
corazón y su auténtico arrepentimiento. Esa transformación llevó al buen ladrón
a la vida. Esta escena nos recuerda que la vida terrenal no lo es todo y
que, aunque las personas puedan quitarnos la vida, nadie nos puede quitar la verdadera
vida, aquella que viene de Dios y por la cual Jesús quiso morir. Además, Dimas
tuvo la dicha de morir a un lado de Jesús y en presencia también de la Virgen
María.
El
cirineo, que ayudó a Jesús a llevar la Cruz, es otro ejemplo de transformación,
el hombre que probablemente sólo estaba pasando por ahí o que simplemente
observaba; no se esperaba que pasaría de ser un espectador a ser un acompañante
de Jesús. Su ayuda no fue voluntaria, pero eso no fue impedimento para
encontrarse con el Maestro. Imagina lo que sintió su corazón al tener la mirada
de Jesús puesta en él y cómo aquel encuentro y el cargar la cruz de Cristo
debió transformar su vida para siempre. El Señor nos invita a que también
nosotros pasemos de ser espectadores a partícipes y testigos de la fuerza
transformadora de Dios. ¿Cuántas veces no hará el Señor lo posible para llamar
nuestra atención? Porque no somos nosotros los que tenemos que buscar a Dios,
porque Él no está perdido, somos nosotros los que debemos dejarnos encontrar,
porque somos los que estamos perdidos, los que ponemos trabas, los que sólo
observamos de lejos en muchas ocasiones.
En
este punto vale la pena reflexionar si nosotros somos cirineos, si ayudamos a
Jesús con la Cruz al reparar nuestros pecados y también al ayudar a los demás con
su pesada carga. O por el contrario, probablemente hacemos que la Cruz de Jesús
sea más pesada y provocamos sus caídas en vez de ayudarlo a levantarse.
¿Con
quién te identificas más? ¿Con el buen ladrón, que arrepentido reconoce en
Jesús a su Salvador y busca su perdón? ¿o con el cirineo, caminando indiferente
y esperando a que suceda algo extraordinario para dejarse transformar? No
pienses que tus acciones han sido demasiado malas como para que Jesús se fije
en ti, porque Él sabe hacer nuevas todas las cosas; es por puro amor y
misericordia que día a día se nos da la oportunidad de volver a Él, de no ser
más un espectador, sino un acompañante.
Muchos
podrían pensar que la semana santa es monótona, que no sucede nada nuevo y que
nada cambia. No es así, somos nosotros los que muchas veces no hacemos nada
para cambiar y ser mejores. Cada semana santa es una oportunidad para encontrarnos
con el Señor, para pedirle perdón, para acompañarlo y para dejarnos transformar
por Él.
“Todo
está cumplido”, dice Jesús, en una expresión que contiene la vida misma, que no
es de fracaso, sino de victoria. El amor transforma, déjate encontrar por Aquel
hombre sufriente que por ti y por mí continúa diciendo: “Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen”, porque es Él quien, si fuera necesario, volvería
a entregar su vida sólo por ti. Porque el amor, que es Jesús, aún en el dolor,
no deja de amar.
Comentarios
Publicar un comentario